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Por Oscar aleuy , 14 de abril de 2024 | 16:40Los cuatro germanos checos que fundaron Puyuhuapi (Parte II)
Atención: esta noticia fue publicada hace más de 7 mesesSe publica hoy la segunda parte de este apasionante asentamiento de pioneros alemanes de Puyuhuapi en la tercera década del siglo XX. (Por Óscar Aleuy)
Augusto y Karl se embarcaron en el vapor Santa Elena rumbo a Puerto Aysén, iniciando trámites para la recepción oficial por parte del intendente Marchant, que, junto a los funcionarios de Tierras y Colonización recibieron con satisfacción la noticia de la instalación de una colonia en Puyuhuapi. Marchant se sentía pletórico de emoción y prometió a viva voz enviar vía telegráfica la recomendación a Santiago.
El viaje de Ludwig y Ubel comenzaría en unas cuantas horas para llegar a Puerto Montt, abordar el tren y arribar en unos cuatro días a la capital para dirigirse de inmediato al Ministerio. Al pasar por Cisnes, recogieron al joven Otto y continuaron la marcha. En Santiago obtuvieron las formalidades ministeriales y los permisos de colonización. Prepararon de inmediato el regreso y se encaminaron a Puerto Montt para organizar el viaje hasta Puyuhuapi. Fueron un par de días dedicados a organizar las compras y los embalajes en pequeños cajoncitos cerrados con latones y clavos que prepararon muy bien para cuando llegara el momento de cargarlos. Grosse, que era el más apurado, no resistió quedarse ahí más tiempo y se adelantó para contratar hombres en Chuit, una las siete islas que conforman el llamado Grupo Desertores y que son Chaulinec, Chulín, Imerquiña, Ateni, Tarcán y Nallahué, todas ellas ubicadas al norte del Golfo de Corcovado, a 20 kilómetros al noroeste de Chaitén. En dicho lugar había gente apta para trabajos como éstos, y Grosse había recibido la información de fuentes confiables. El contratar a gente especializada era algo importante y de lo cual dependía en mayor parte el éxito de la misión. Leviñanco jugaría aquí un rol de importancia preponderante debido a su liderazgo entre los nativos y su natural sapiencia. Treinta horas después el alemán desembarcó con sus bártulos y permaneció en la playa esperando qué hacer para conseguir un bote, sin imaginarse que la idea no era tan buena como pensaba. Incluso cuando logró que se acercarse un botecito viejo donde iban dos pescadores, no lo quisieron llevar. Pero finalmente accedieron aunque no de muy buena gana. Siete horas más tarde la embarcación atracó en Chuit y entonces Grosse, cansado y aterido de frío, nuevamente quedó ahí, estático y solo, esperando un milagro. Pero se dirigió un rato después a la capilla y habló con el sacerdote para conseguir albergue. Durmió incómodo, pero feliz de estar bajo techo y al día siguiente, aconsejado por el cura, fue a contactarse con los isleños y se encontró con la grata sorpresa de que Emilio Leviñanco estaba ahí. Ofreció lo más que pudo, especialmente todo el tabaco que llevaba y se sentaron a parlamentar junto al chilote, que mantenía gran ascendencia sobre el grupo, una gran suerte para él, que buscaba acuerdos sólidos. Pronto, varios de ellos recomendados por Emilio, se reunieron, aunque sólo tres accederían a irse a Puyuhuapi: Delfín Elgueta, Nicolás Paillán e Ismael Perán.
Primer acercamiento a Puyhuapi
Al día siguiente, en una lancha que Grosse le compró a Leviñanco, se hacían a la mar los cinco navegantes, rumbo a Puyuhuapi. Mientras, en Castro estaban los otros dos alemanes esperando y cuatro horas después ya iban en Chaulinec, pasaron por Alao y acamparon cerca de ahí debido a un aguacero impresionante que duró toda la noche. Lo que venía era Achao, Lemuy y el puerto de Puqueldón hasta la entrada de Castro, adonde llegaron el 31 de Diciembre de 1934, el último día del año. Cinco hombres nuevos se unieron al primero de tres. Por ahora debían esperar pacientemente al vaporcito Colo Colo.
Resultaba fundamental para iniciar el viaje hacia Puyuhuapi la incorporación de los alemanes Otto y Karl. Sólo faltaba eso, todo estaba preparado y esperando. Y por fin, el 2 de Enero, hacía su entrada al muelle de Castro el bendito vapor trayendo a los dos expedicionarios faltantes para que en un lapso corto de unas dos horas iniciaran el ansiado viaje. Pero no sería nada de fácil, ya que la nave sufriría un desperfecto que obligaría a dejar al grupo de colonos nuevamente en Puerto Cisnes. Remigio Latorre era un avezado pescador de Cisnes y ofreció su gran chalupón para el viaje. A pesar de los inconvenientes, todo salía bien finalmente, pero en alta mar la situación empeoró, ya que la barca aún presentaba averías. ¡Nuevamente descargar en tierra firme todos los bártulos! En el intertanto los hombres de Latorre procedieron de inmediato y sin esperar una tregua, a ver la forma de reparar el fondo de la chalupa que estaba haciendo agua. Los desperfectos fueron superados al mediodía, luego de soportar una noche sin descanso y con mucha lluvia. Todo estaba planificado para partir y así fue. Pero media hora más tarde comprobaban que las filtraciones persistían y entonces decidieron regresar nuevamente, descargar y esperar que pase el barco, abandonando para siempre la alternativa del chalupón de Latorre.
Dos hombres se habían adelantado para acondicionar la choza abandonada. Eran Emilio y Nicolás, y ya tenían casi terminada la cabaña para todos, pero en realidad no era posible quedarse ahora que sólo faltaba el último tramo para alcanzar el objetivo. Entonces decidieron unir con firmes amarras ambas embarcaciones y navegar toda la noche y madrugada forzando un motor averiado en medio de un clima feroz. Fue un momento especial cuando tocaron las arenas de Puyuhuapi un jueves 10 de Enero de 1935. Los chilotes se veían jubilosos y esperanzados y sin mediar palabra alguna, sus jefes dispusieron el despeje de una pequeña franja de selva y la instalación en ella de las carpas para poder planificar lo que venía. Era importante acceder por fin a un escenario de constitución de un pueblo. Y ahí estaban los ocho hombres contratados, Leviñanco y los tres gestores extranjeros, en total doce personas que fueron los primeros en formar parte de una ocupación real de Puerto Puyuhuapi.
La llegada de Hopperdietzel y el viaje de Grosse
Lo que viene es muy importante, ya que una comisión portuaria llegaría a bordo del guardacostas Galvarino el día de Viernes Santo, para iniciar labores de sondeo. Este procedimiento fue el primero de muchos que vendrían para oficializar de una vez el Puerto de Puyuhuapi y reconocerlo como tal en esferas administrativas. Walter Hopperdietzel era el último hombre que faltaba para completar el grupo de pioneros. Un ingeniero textil proveniente de Rossbach, igual que los demás. Una mañana oscura y temprana, arribaba a la bahía de Puyuhuapi acompañado de Karl, el anfitrión, un hombre relativamente bajo y de ojos risueños que traía un gran cargamento desde Alemania. Unos días después, Grosse partió regreso a Europa, llegando a Boehmen a juntarse con amigos y familiares, pero también en busca de informes de parientes de sus amigos de Puyuhuapi. Una triste noticia lo sacudió, al enterarse por Roberto Uebel, hermano de Otto, que un incendio fatal había destruido el rancho, las maquinarias, el aserradero, las herramientas, la ropa y parte de la mercadería de abarrotes. Grosse tuvo que regresar a Aysén antes de lo imprevisto, se despidió de sus familiares y amigos no sin antes comprar todo lo necesario para iniciar el segundo intento. Seguramente vía telegráfica habría recibido de Karl y Otto nuevas instrucciones para adquirir lo que faltaba y reiniciar las tareas. El 30 de Abril de 1937 Grosse se embarcó de regreso en Hamburgo a bordo del transatlántico Planet y luego de una larguísima travesía regresó a Puyuhuapi, comprobando muchos cambios, nuevas construcciones y grandes tareas realizándose, siembras, criancerías y progresos a la vista.
Dos personas nuevas estaban ahí ahora, Ernesto, hermano de Otto y Walter Hopperdietzel, llegado algunos días antes que Grosse partiera de viaje. Mientras esperaban que un barco llegue al puerto con todo lo adquirido en Europa, los nuevos se fueron integrando y adaptando a otras modalidades y conocieron muchos nuevos planes para lo que venía. Aún recuerdo la entretenida entrevista a don Walter por allá por 1989, que nos deja temblando de cercanías con ese lugar fantástico, el que a medida que pasa el tiempo, va cobrando más y más intensidad. A Chile, los alemanes de Puyuhuapi llegaron en barcos cargueros alemanes que hacían sus rutas por Punta Arenas, teniendo como puerto final la ciudad de Corral. En uno de esos viajes, los colonos teutones alcanzaron hasta Puerto Montt y en un barco costero pequeño del estilo del vapor Mercedes o el Trinidad llegaron a las costas de Puyuhuapi. Viajó solo Walter Hopperdietzel hasta el lugar, adonde ya habían llegado dos meses antes algunos otros como él, con más dificultades como es el caso de Carlos Ludwig que fue el primero en arribar en un barco de la Compañía hasta las virginales tierras del sector. Tres meses después llegó Otto Uebel. Habían desembarcado desde el Taitao en la isla Paciencia y muchas jornadas pasarían antes de que llegara otro barco con todo el abastecimiento que necesitarían para iniciar sus trabajos en el asentamiento. En el intertanto recorrieron toda esa gigantesca costa, llegando hasta la bahía que ofrecía una belleza natural impresionante. Lo primero que revelaron las fotografías mostradas por don Walter son sus primeras carpas, enclavadas en plena selva entre la magnificencia del lugar. Estaba lloviendo ya y la naturaleza rabiosa y exuberante no dejaba de enviar señales visibles de que el tiempo se había detenido allí. Aquel pequeño grupo comenzaba a construir una primera rancha de pajas y estacones verdes que le queda bien al entorno, como si ella misma representara cabalmente lo que seguía luego del descubrimiento. Cuando quedó terminada esa rancha, Augusto Grosse preparó bártulos y embarcaciones para ir a Chiloé a contratar obreros, con lo cual culminaba la primera parte del asentamiento. Aún no llegaban los insumos y los materiales. Él vino con los trabajadores, cruzó el golfo Corcovado con su chalupón y entonces los primeros hombres de trabajo llegaron a Puyuhuapi, dedicándose casi inmediatamente a rozar y a levantar ranchas de paja para ellos, no descuidando las primeras crianzas de animales, algunos cerdos y también aves. En la primavera siguiente comenzarían roces en mayor escala, para obtener un despeje vital del sector escogido. Simultáneamente ingresarían sus grupos familiares, que logran incorporarse. Dice Hopperdietzel: Queríamos quemar de a poco para no ocasionar tantos problemas ni cometer excesos. De esa manera pudimos hacer bastantes campos que después empastaron y por lo tanto pudimos traer los primeros animales de Puerto Montt que llegaron con el barco.
Grandiosos trabajos y construcciones
Muchos meses estarían los colonos enfrentados a la soledad y el desamparo en un sector llamado Puyuhuapi, tierra de promisión y lugar que luego sería colonizado. A la construcción de viviendas seguirían las empastadas. El material que más abundaba era la quila y el canutillo de la playa tallos resistentes y elásticos que crecían al lado del monte en el bosque, y que servían para amarrar los palos y levantar una rancha sin clavos. La mayoría de los obreros tenían la especialidad de pescadores y hacheros. Tiempo después, cuando llegaron los barcos con suministros y maquinarias pequeñas, se empezarían a derribar árboles para hacer tablas y construir todo con maderas, lo que transformó radicalmente el trabajo. Esto fue como consolidación, porque inicialmente las tablas se hacían a pura hacha, considerando la facultad única y casi instintiva que tiene el chilote en el manejo del hacha. Eran esos los primeros tablones de la segunda casa, los que se ponían parados sólo para levantar paredes, manteniendo el canutillo para cielos y techumbres, perfeccionando la técnica del techado, seleccionando los mejores canutillos, golpeando la cabeza contra una tabla para dejarlos todos parejos de un solo corte, anchos y bien desparramados sobre el techo y amarrados con barras a los tijerales usando también boques.
Posteriormente llegarían verdaderos artistas de la tejuela, una actividad que dejó de manifiesto el enorme talento de los chilotes con el hacha. Walter se sintió muy orgulloso al relatar de qué manera se las arreglaron para explotar el primer negocio de aserradero. La sierra a brazo la usaban tres personas a la vez, después llegó la gran sierra circular y luego un aserradero con el uso del diente postizo, el que no se conoce en Europa, que se usa con un diente intercambiable y se puede afilar un par de veces. En eso estaban cuando se dieron cuenta que no había ningún camino de tierra para lograr comunicación con otros lugares y que el único camino existente era el canal de Puyuhuapi. ¿Qué hicieron entonces? Cortar toda la madera que estaba cerca de la playa o la costa y construir balsas con yugos, unos diez árboles por yugo. ¡Qué cuadro laboral! Los colonos trabajaban de sol a sol, cocinaban, lavaban, inspeccionaban, cazaban y transportaban material. Pasaron cuarenta y cinco días y comenzaron a llegar algunas cuadrillas de trabajadores chilotes. Fue el momento en que se adquirió una pequeña embarcación, fundamental para moverse en medio de las intensas actividades.
En 1935 llegó la escampavía Galvarino para estudiar y fijar el puerto de atraque, aprovechando de traer vituallas y elementos necesarios desde Puerto Montt. Los colonos ya estaban pensando mandar a buscar a Europa, las maquinarias para iniciar una pequeña industria. Aquel incesante movimiento de entrada y salida de chilotes, a quienes los germanos llamaban formidables hacheros, constituyó una puerta de entrada para el éxito de la mayoría de las operaciones de levantamiento e inspección. Llegó una embarcación de mayor calado y a las precarias viviendas se les fabricaron puertas y pisos, se instalaron estufas y se inició la pesca con redes. En noviembre de aquel año, un inesperado incendio consumió completamente algunas dependencias y maquinarias, dejando a los colonos con un gran sentimiento de desolación al quedar el grupo confinado tan sólo a una gran vivienda, debiendo echar mano nuevamente a las carpas. En aquella época llegó al lugar una plaga de cuncunas. A ella se sumaría otra de ratones que invadían casas y campos, arrasando con todo lo que encontraban. Pero eso pasó, porque se introdujeron al océano y desaparecieron.
Nuevos avances y adelantos
Se iniciaba una temporada de intensos sembrados por parte de la colonia de trabajadores a su cargo, se ordeñaron las primeras diez vacas y se comenzó a fabricar el queso y el quesillo. Pronto trajeron maquinarias con las que se pudo trabajar con descremadoras y batidoras. Se comenzaba a avizorar una pequeña industria. A principios de 1938 se construyó una lavandería, una leñera y un número indeterminado de galpones, se diseñaron y levantaron corrales, se ampliaron los cercados, se construyeron empastes y potreros, se fabricaron tejuelas de canelo y se instalaron planteles para la separación de la calidad del ganado. En Abril de 1938 llegó a inspeccionar el Ministro de Fomento Ricardo Bascuñán, acompañado del embajador de Dinamarca. En aquella época ya los colonos implementaban huertos con siembra de centeno y árboles frutales. Se construyen dos nuevas embarcaciones en el lugar y se logró experimentar con una fábrica de cecinas utilizando los productos de engorda de porcinos. Finalmente entre, 1938 y 1939 se observaba en el lugar una considerable área de sembrados, especialmente papas, continuando las actividades de quema de selvas, experimentándose un aumento de los resultados de las esquilas, transportándose muchos de aquellos productos al norte. Se adquirían entonces unas 50 vaquillas fina sangre y se levantaba un moderno aserradero. En las semanas siguientes llegó un radiorreceptor, que a la postre sería el único enlace con el resto del país. Pero también se sintió la segunda gran catástrofe, con un invierno tan crudo que sucumbieron vacas en estado de preñez y terneros recién nacidos. En pleno Junio de 1939 acudió en visita oficial el Intendente de la provincia don Julio Silva Bonnaud y un año después se realizó la primera gran venta de madera, productos que ellos mismos administran, con obtención de buenas utilidades. Pronto se instalaría una rueda hidráulica para la energía eléctrica y talleres de herrería. Además, los primeros trabajos para el agua potable y, por supuesto la famosa y reconocida fábrica de alfombras. La visión de los yugos remolcados era impresionante, ya que conformaban un conjunto de unos catorce a veinte bueyes uncidos. Se usaban las llamadas tetas, o balsas de coigües capaces de arrastrar los yugos con troncos, y de esa forma se trasladaban, a una velocidad mínima, casi penosamente. Paralelamente al aserradero, los colonos ya observaban una apreciable cantidad de población, la que se había generado por los chilotes contratados, más algunos hombres que se iban a buscar al mismo punto de atraque de los vapores en Puerto Aysén, o incluso en la pensión de Chindo Vera.
La pasión por el trabajo, últimos señalamientos
Hacia 1947 surgió la idea de montar en el lugar una industria textil, aunque antes ocurrirían muchas otras cosas, como el capítulo de la ganadería, algunas plagas de cuncunas y otras inesperadas y graves dificultades. En un principio, había trances muy graves —reveló Hopperdietzel—ya que teníamos a nuestro primer vaquero que había llegado de Puerto Montt y conocía muy a fondo su oficio. Había en nuestro primer emplazamiento infinidad de quilantos, pero poco pasto. Y ahí residía nuestra primera gran dificultad.
Al estilo de los primeros colonizadores de cualquier colonia del mundo, don Walter y sus hombres debieron recurrir al ingenio para echar a andar el proyecto de plantaciones de pasto para dar alimento a sus animales. Primero se recurrió a la construcción de fajas sobre los cañaverales, procedimiento que no permitió de ningún modo superar el problema de la sobrevivencia. Más del 30 por ciento del ganado sucumbió por hambre, pagando el precio de la falta de experiencia, ya que pensaban que la quila tenía un buen valor nutricional pero se equivocaron medio a medio. Aunque sabían que una de las características de los terrenos que albergan bosques vírgenes era su intensa feracidad para hacer aparecer renuevos. Así aconteció.
Estaba solo don Walter en su tremenda casa de Puyuhuapi, mientras afuera arreciaba la lluvia. Fue el momento en que lo encontramos, y lo llenamos de preguntas, pero él sonriente y satisfecho, ya que eran pocos o casi nadie en realidad los que se le habían acercado para este tipo de entrevistas. Lo recordaremos por su bonhomía y su pachorra. Lo tendremos presente, para siempre esgrimirlo como un valioso informante en medio de esta tierra prometida.
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