Política
Por Marcelo Vera , 13 de julio de 2022 | 12:13La comunidad bajo amenaza
Atención: esta noticia fue publicada hace más de 2 añosColumna del Dr. Carlos Haefner, Profesor del Magister en Gobierno, Universidad Austral de Chile
Las cifras aportadas por organismos reconocidos en derechos humanos y trasparencia así lo han venido demostrando con fuerza en tiempos recientes.
De acuerdo a los datos generados en el Reporte Mundial de Human Rights Watch (2021), al menos 83 gobiernos en todo el mundo han usado la pandemia de Covid-19 para justificar violaciones al ejercicio de la libertad de expresión y de reunión pacífica.
Hay bastante evidencia para afirmar que ha existido un ataque global contra la libertad de expresión lo que ha redundado en debilitar aún más las instituciones políticas y con ello la confianza de la población, tanto a nivel interpersonal como sistémico.
Por otra parte, ante la incertidumbre actual las personas están buscando seguridad en ámbitos más cerrados, como los nacionalismos, los independentismos y los populismos. La búsqueda de opciones que puedan ser lejanas a la democracia, muchos la encuentran en partidos extremos y populistas: los que se transforman en alternativas viables y valoradas para los individuos para reducir las complejidades amenazantes y búsqueda de asegurabilidad.
La destacada investigadora Karen Stenner –psicóloga del comportamiento–, nos ha ilustrado con el concepto predisposiciones autoritarias con el cual quiere significar que el autoritarismo no es político, es una suerte de estructura mental que atrae a personas que tiene dificultades con la complejidad. Son aquellas predisposiciones que inclinan a las personas a sostener creencias y actitudes que maximizan la homogeneidad al minimizar la diversidad de personas, creencias y comportamientos. Lo que hacen es premiar la uniformidad y castigan la diferencia.
La diversidad de experiencias de opiniones enoja, irrita, muchos se alteran con modos de vida multiculturales viviendo en nuestras ciudades y barrios, la cancelación de quienes no opinen en las posiciones de moda y mediáticas se va volviendo costumbre en las redes sociales, en las aulas universitarias y en la cotidianeidad.
Quizá el denominado neopopulismo, que tiene diversos rostros en el mundo –y qué decir en América Latina– se sustenta en construcciones de poder que aparentemente ofrecen seguridad a cambio de reducir los espacios de libertad, las reglas de la democracia y borrar el sentido de los otros.
Para Applebaum (2021), destacada periodista y docente ganadora del premio Pulitzer, en su extraordinario libro El Ocaso de la Democracia, habla de la seducción del autoritarismo, siguiendo el hilo conductor de la tesis de Stenner sobre las predisposiciones autoritarias afirma: “El irritante y disonante sonido de la política moderna; la ira que resuman los informativos de televisión; el increíble ritmo de las redes sociales; los titulares que se contradicen entre si cuando pasamos de uno a otros; la contrastante torpeza y lentitud de la burocracia y los tribunales: todo eso ha desconcertado a aquella parte de la población que prefiere la unidad y la homogeneidad”. (p.116)
Quizá hoy nos resulte curioso que la singularidad de la crisis actual de las democracias, a diferencia de las anteriores, es que los impulsos que tienden a derribar su arquitectura no provienen de fuera, de elementos exógenos. Antes los regímenes democráticos “morían por golpes de Estado o por revoluciones y ahora agonizan en los resultados de las urnas”, nos señala agudamente Levitzki (2022).
El conjunto de la sociedad debe constituirse en actor poderoso que permita reconstruir la confianza y el capital social en nuestros países. El poder de los ciudadanos y su libertad nunca será una concesión de las elites y del Estado. En la medida que la sociedad siga debilitada no se podrá avanzar en libertad y en el logro del bien común. Más bien se hace presa fácil de pensamientos totalitarias que reducen la realidad a la homogeneidad de pensar y actuar.
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