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Por Redacción , 2 de agosto de 2023 | 23:26

Hoy nos vamos a la Estancia (Segunda Parte)

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Los camiones Buick y Man de la Estancia esperando cargamentos en Puerto Aysén (Foto Dibam).
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Crónica de la serie "Aysén, la última esquina", narraciones del escritor Óscar Aleuy Rojas. Una maravillosa ciudadela alrededor de las ovejas...

Todos hombres se mantenían en las obras con un mes justo en cada faena para luego irse a esquilar borregas en Baño Nuevo donde les esperaban 102 mil ejemplares para el trasquile. En Ñirehuao existían unos 7 mil ejemplares de plantel y también de plantel y consumo, mientras que los que iban a Arroyo Verde esquilaban casi la misma cantidad de ejemplares, o sea, unos 30 mil en Arroyo y otro tanto en la estancia El Coyte. 

El trabajo requería una combinación similar en cada faena, esto es, 26 manijas en total, quedando tres de repuesto por si faltara alguien o se ausentara por imprevistos de algún esquilador. Después de cada jornada de esquila, emergían ordenadamente en cada galpón de acopio unos cuatro mil fardos de lana. La lana que salía de Baño Nuevo era embarcada hasta la sección de la compañía de la Agrícola, donde quedaba acopiada la más grande cantidad, que surtía los diferentes puntos con los camiones respectivos: Coyhaique Bajo y Alto, Baño Nuevo y Ñirehuao, por donde transitaban sin detenerse 16 camiones en total. Doce de ellos eran Ford y cuatro Man. A ellos se sumaban 2 camiones Buick que Esteban Stone, un hermano de Willy, había traído de Argentina en 1934. 

La mayoría de los choferes que manejaron camiones en las inolvidables temporadas de esquila eran contratados en calidad de free lance, o sea como temporeros. Se destacaron Bonker, Cuadra, Alvarado, Olave, los cuatro hermanos Solís: Carlos, Sergio, Jorge y Germaín. Ellos fueron pioneros, antes de la llegada de Humberto Mansilla, Juan Barría, Pedro Schultheiss, Francisco Quezada, Pancho Osses y Román Cañada. 

GALPONES, CAMIONES Y ESQUILADORES

Yo siempre miraba de cualquier parte donde me hallara, la llegada y salida de los camiones. Los motores hacían mucho ruido, algunos andaban sin escape, cargados hasta la tusa de bolsones y cueros. Yo era un niño y siempre preguntaba que adónde iban. Y siempre me decían que a Ñirehuao, Baño Nuevo o Puesto El Zorro. Mientras los avances del camión cubrían todos los frentes y los bolsones de lana iban directamente hacia los duros enfrentamientos con sendas tan mal preparadas, la otra cara estaba representada por el encierro de las fraguas, el calor y los fierros del taller de Eleodoro Novoa, el herrero de la Estancia, a quien sus mismos compañeros apodaban El Zapatero de los Caballos. Este hombre se integró a las faenas el año 1901, cuando recién se proyectaban las concesiones y arrendamientos. Era Jefe de Herrerías y Maestro Mayor en los ámbitos de la estancia y había llegado de Nirivilo, Constitución, contratado para abrir la senda Puerto Aysén-Coyhaique. Este hombre tardaría tres meses en llegar desde su ciudad a Aysén en un penoso viaje por Argentina. Su misión finalmente consistió en la correcta mantención de carros y camiones para que las operaciones del traslado de la lana no sufrieran ningún contratiempo. 

Es sabido que en aquellos años 20 carros salían con lana desde el galpón de esquila de Los Leones; otros 20 desde Coyhaique Bajo hasta el 57; los siguientes 20 desde el 57 hasta el Correntoso; y luego para el Balseo, hasta llegar a Puerto Dunn, en una sincronizada operación de postas que emulaba faenas similares efectuadas en Gran Bretaña. Novoa debió preocuparse de la mantención de alrededor de 85 carros, aparte de atender los camiones y también las herraduras de cientos de caballos. Y en esa inolvidable estancia (el buen estar de la gente), se percibían las figuras inmarcesibles de los que envolvían y ataviaban con el estigma del trabajo que nunca se detiene. 

EL HERRERO Y EL PRIMER DOCTOR

Eleodoro Novoa trabajaba codo a codo junto a Cayún y ambos parecían ser hombres imprescindibles de los ingleses. A José Cayún lo mandaban a hacer herramientas donde él, descubriéndose muy conocido de este personaje tan especial. Lo mismo el doctor Schadebrodt, que atendía partos, dolores de muelas y todo lo que fuera padecimiento o malestar con las recordadas recetas de jugo de huesillos, o incluso duraznos frescos, que se prestaban maravillosamente para sanar dolencias imaginarias. En aquel mismo ambiente de estancias, pasaron los recuerdos de las primeras ramadas, cuando definitivamente era un desbandado total. Todos bajaban a las ramadas, a comer, a bailar, a romancear. Entonces estaba el entrenador de los marcarruedas, el recordado camionero Pancho Quezada. Eso ocurría antes que entregaran los sitios en 1930. Era una comunidad muy unida en torno a las labores intensas del trabajo de animales. 

Notables eran las figuras destacadas como Huenchuleo que enfrentaba en las domaduras a los mismísimos gauchos de la Argentina, derrotándolos en cualquier lance. 

Esto no termina aquí. La Estancia fue algo muy importante durante muchos esos años de las concesiones territoriales. Y quiero que usted conozca cómo era la anatomía de esta ciudadela, a qué se dedicaban todos, cómo lo hacían dónde lo hacían, qué espacios utilizaban. 

LOS ESCENARIOS DEL NORTE

Los escenarios estancieros de los valles del Coyhaique respiraban aires propios de iniciación en el lejano 1914, con dos puntos fundamentales de labor activa: la estancia Coyhaique en Coyhaique Bajo, y la estancia Ñirehuao cerca de Coyhaique Alto. A estas principales se sumaban tres secciones conocidas como Coyhaique Alto, Baño Nuevo y Arroyo Verde en territorio argentino. Adentrémonos ya a los parajes de la Estancia de Coyhaique Bajo, ampliamente conocida y referida en estas crónicas. Aquel año, el familiar pequeño cauce que serpentea por entre las barranquillas de la escuela agrícola se conocía como el Arroyo del Aserradero. Hoy sigue corriendo y los que conocemos el lugar enfocamos desde luego el oscuro paraje con el puente viejo cerca de la cancha de tenis, y un sendero que comunicaba dos sectores específicos, la casa de administración y los viejos corrales. 

Al lado norte de aquel camino se encontraba la bodega de curtiembres donde se salaba y secaba el charqui, alimento esencial para largas jornadas de tropas. A unos cien metros de ahí se había construido un matadero que a la vez cumplía la función de carnicería de acopios. El arroyo del Aserradero siempre corrió encajonado y sombrío. De improviso salía uno a la superficie y se encontraba con la amplitud extensa de un gran camino iluminado y resplandeciente en la forma de una avenida ancha de unos 400 metros que se va amplificando aún más a medida que se avanza hacia los corrales, las caballerizas, la lechería y un grupúsculo de casas de obreros y empleados situadas al azar, según lo demanden las actividades de ese sector. 

CORRALEROS Y CAMIONEROS

Tengo entendido que la ciudadela abría en cada tramo de sus áreas una nueva actividad, lo que obligaba a construir donde ésta se produjera. Más al este, uno se encontraba con un rústico pero resistente galpón para carneros, por una parte, y un increíble galpón de esquila con capacidad para un millar de lanares en la ladera del norte. Justo al lado, un gran baño de ovejas con capacidad para 10 mil galones, imagínense ustedes el régimen de mediciones que usaban antes los hombres de estancia para calcular las cubicaciones. Había dispersos por el sector algunos corrales aislados, también se instalaron secaderos y galpones más pequeños donde por ejemplo se pudo habilitar una máquina enfardadora con sistema de prensas, donde laboraban unos cinco hombres por jornada. 

Ese año 1914, donde todo se acababa de instalar y ya comenzaban a acostumbrarse los laborantes a un ritmo nunca antes conocido, se informó por el telégrafo la buena nueva de que ya habían despachado desde Buenos Aires en dos camiones rumbo a la estancia una formidable máquina esquiladora Cooper con motor Triumph de 24 tijeras, una maravilla para la época y que todos esperaron con verdadera afectación por lo moderna y servicial. No en vano míster McDonald, había comentado con grandes ínfulas que el poder de producción de aquel portento iba a permitir esquilar unas mil setecientas ovejas diarias, algo impensado para la limitada realidad manual de la estancia. 

Cuando concluían las jornadas de producción y ordenamiento de la lana, los grandes fardos eran puestos sobre carretas en primer lugar, que se constituían en verdaderas caravanas de viaje en un trayecto lleno de peligros y azares, carretas de dos ruedas que podían cargar hasta 2 mil kilos cada una, por lo que probablemente la caravana siempre estuvo conformada por una decena de esos vehículos en cada viaje más algunos de acompañamiento y reposición. 

Los planteles de ovejas en la Estancia Coyhaique, a principios de 1930. Al fondo, Cerro Cinchao, al norte del río Coyhaique. (Foto Dibam)

LA HERRERÍA DE NOVOA

Vale comentar que dichas carretas eran accionadas por tres yuntas de bueyes y que a la par con ellas circulaban de vez en cuando unos tres catanguitos, con carga útil de una tonelada, lo que complementaba holgadamente el conjunto total de la flota. Pero volviendo a nuestra encantadora ciudadela, la comentada herrería de Novoa Badilla, funcionaba como tal ya en 1901, estableciéndose ahí para siempre y siendo experto y absoluto capitán general de las labores de forja y mantención de carretas. Se encontraba al costado sur de la amplia avenida junto al arroyo El Aserradero. Estaba siempre llena de fierros y trabajos pendientes, herraduras que colgaban de todas partes, ruedas de carretas en plena reparación y puesta a punto. El motor principal de un pequeño aserradero funcionaba ahí y era accionado por una gran rueda hidráulica instalada sobre el arroyo. Allí siempre bullía una especial actividad. Casi al terminar la amplia avenida estaba aquel comedor chico donde almorzaban y cenaban especiales empleados administrativos de la estancia en fotos que ya hemos publicado con gran regocijo porque se aprecian detalles como el vano de la puerta, la formalidad de una construcción de segunda y los niveles de iluminación del pequeño recinto. Al lado estaba la fastuosa cocina de los peones, donde se reunía la masa principal de trabajadores durante los almuerzos y cuya fachada exterior y sus fundaciones se mantuvieron relativamente intactas. 

Existía también dentro de la misma sección un dormitorio para peones esquiladores, el almacén o pulpería, cuya segunda fachada se conserva, aunque no siendo la original de la que hablo, también entra aquí la panadería, la caballeriza, la oficina de la administración y la casa particular del contador que como bien ha visto usted, también hemos mostrado sus respectivas fotografías. Pero falta la casa del médico, cerca de la administración principal y también el famoso cuartel de los carabineros, que es el actual predio de Japque, colindante con la estancia y cuya imagen también captamos a comienzos del último invierno. No tengo información cierta de dónde estuvo y funcionó la capilla y una escuelita adonde acudía a instruirse un curioso entrevero de educandos conjuntos,  hijos de peones, obreros y esquiladores que se coludían en el mismo lugar con los chicos de los administradores ingleses y conspicuos caballeros laborantes.

Ir a la primera parte aquí.
https://www.diarioregionalaysen.cl/noticia/la-ultima-esquina/2023/07/hoy-nos-vamos-a-la-estancia-por-oscar-aleuy-rojas

Oscar Hamlet Aleuy Rojas es coyhaiquino, Profesor de Lenguaje de la UCV, casado, padre de 5 hijos, radicado en Viña del Mar, donde escribe, diseña y edita sus propios libros y revistas sobre Aysén. Trabajó en varias agencias publicitarias en el boom de los 80, incluso fue Asesor de correcciones de estilo en La Revista del Domingo en la época de Ganderats. Pasó por Coyhaique destacando como productor de programas radiales de corte histórico, posee el banco de voces de pioneros más completo de la región y una nutrida colección de fotografías antiguas. Su legado para el mundo: preservar las historias de los hablantes tempranos, crear un mundo potente de testimoniales, enredado en lo real maravilloso de su región.

OBRAS DE ÓSCAR ALEUY

La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 18 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona). 

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