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Por Oscar aleuy , 11 de enero de 2025 | 21:08Rarezas históricas y mitológicas de Aysén
La controversial situación geográfica de existir como ayseninos y ser una de las regiones más paradójicas de Chile, me lleva hoy a anudar algunos cabos sueltos y nuevas singularidades sobre nosotros.
¿Cómo habría recibido la noticia, si siendo habitante de Aysén en 1919, un suelto de periódico le informara que la provincia de Llanquihue limitaba al sur con Magallanes y que Chiloé estaba al norte de Magallanes? Claramente Aysén no existía para nada en los mapas ni en las citas administrativas. Y lo más grave es que las leyes no se aprobaban, por desconocimiento absoluto de dicho territorio.
Se afirma que en las primeras divisiones políticas Aysén pasaba de largo entre Chiloé y Magallanes y que sólo hasta 1927 se dictaba su decreto de creación. Al instituirse Llanquihue en 1861 se especificó claramente que limitaba al sur con el territorio de Magallanes. El Presidente de Chile demarcó los límites para el Departamento de la provincia de Llanquihue, consignando que al sur limitaba con el departamento de Carelmapu, el Canal de Chacao, el Golfo de Ancud y la Ensenada de Comau. Este río Comau constituía el último confín de la Isla, y el primer encuentro con el territorio magallánico, por lo que se saltaban Aysén al no existir referencia alguna ni de gente ni de cartografía, ni de actividad ni vida. El territorio de Magallanes guardaba para sí lo que en el futuro constituiría el área de Aysén. La jurisdicción de la Gobernación Marítima de Magallanes alcanzaba hasta el paralelo 47 sur. Desde ahí comenzaba la jurisdicción de la Gobernación Marítima de Chiloé.
El año 1889 ocurrió el detalle del que hablamos en una columna de reciente data, por la cual se creaba una colonia en Isla Los Leones, en el mismo Palena, jurisdicción de Llanquihue, punto de referencia y central de operaciones precisamente para la explotación de los valles interiores y su colonización.
A poco andar, el ejecutivo solicitó la aprobación de una ley para la creación de dos departamentos de la zona de los canales. Aunque no se mencionaba para nada a Aysén, ya que todo quedaba bajo la jurisdicción del territorio de Llanquihue. A ello se unió la intención de fundar un nuevo poblado en la península Muñoz Gamero, para unir el área mediante una línea de navegación de vapores. Pero la idea jamás pudo concretarse.
Dos hechos vendrían luego a demostrar el grado de confusión y omisión respecto a nuestro territorio. En 1914 había que autorizar la entrega de lotes de terreno a particulares en el Lago Buenos Aires, actual emplazamiento de Chile Chico. La autorización la solicitaba el agrónomo de Magallanes al Ministerio de Colonización. En 1915, Rosario Sepúlveda (Registro oral en nuestro poder) es notificado de que recibiría un lote de terreno fiscal al norte del lago, a modo de título provisorio.
En pleno invierno de 1915, un día 7 de Junio, se decreta la creación de Valle Simpson como dependiente directo de la jurisdicción de Llanquihue, nombrándose a dos vecinos del sector como Subdelegado y Juez de Subdelegación. En 1916 se instala una Escuela Pública en el lugar y en 1920 una policía y una estafeta de correos.
Y aquí viene lo peor. Por considerarse más claras las disposiciones de que Aysén pertenecía a Llanquihue, aunque se trataba de todo lo contrario, se determinó acercar nuestro territorio a dicha jurisdicción desde el paralelo 47 al norte por una cuestión que hasta la fecha cuesta entender.
La caótica magnitud del caso sólo concluye cuando se crea el territorio de Aysén por decreto 8582 en 1927. A partir de ese momento comenzó un verdadero movimiento colectivo de compras de los terrenos asignados, y para ello los colonos tuvieron que viajar hasta Puerto Montt, capital de Llanquihue, debiendo devolverse hasta Castro, donde funcionaba la oficina principal del ministerio de Tierras, asignándosele el nombre de Séptima Subdelegación.
Los primeros límites de Aysén quedaron consignados: norte, canales King y Pérez desde el Pacífico al Canal Moraleda; sur, Río Trinidad desde su origen hasta su desembocadura en el Estero de Eyre; este, la frontera argentina desde la hoya del Vodudahue hasta el origen del río Trinidad; y oeste, el océano Pacífico desde el canal Trinidad hasta el canal King.
El tema de la analogía entre la Patagonia y La Tempestad de Shakespeare
Para continuar con estas rarezas ayseninas. me parece de buen signo reconstruirnos como habitantes de una tierra que antaño fuera conocida como Patagonia, profusamente anhelada y re-descubierta cientos de veces por el corazón mercenario de ávidos conquistadores. En España, la literatura caballeresca contaba entre sus personajes con un cazador flechero que vestía las pieles de los animales que cazaba. A estos flecheros, los españoles les pusieron el nombre de patagones. Otro caso nos acerca a un relato ficticio donde un héroe llamado Primalión debe cazar a un monstruo de nombre Patagón. Europa traslada su propia ficción a la historia para convertirse en heroica desafiadora del monstruo americano. La imagen del flechero patagón se transmuta en la figura del caníbal, el estadio más insignificante y elemental del ser humano. La imagen ancla profundamente en los ámbitos de la Patagonia, formando parte del famoso malentendido de la historia. Nuestro propio galés Esteban Lucas Bridge, señala a los indios como inventores de sus propias historias que luego llevará a suntuosos palacios y cortes, narrándolas a su amaño. Nos preguntamos hoy si acaso estos estilos narrativos que los europeos hacen viajar a sus propias culturas como inequívoca transferencia de los patagones, sirvieron de algún modo para deformar la imagen real de la Patagonia. Pienso que las condiciones de la ficción debilitaron el fundamento, y atenuaron la realidad. Sin ir más lejos, el propio inglés William Shakespeare es uno de los encargados de interpretarnos hoy en base al mito de Calibán, ese que aparece en su obra La Tempestad y que sirve un poco para explicar la posición que adquiere la Patagonia frente al mundo.
La cultura de Calibán
Tal como se hace la pregunta Fernández Retamar, poeta cubano nacido en los treintas, deberíamos hacérnosla los habitantes de la Patagonia chilena: ¿Qué es nuestra historia y nuestra cultura sino la historia y la cultura de Calibán? Él es quien encarna a la región con sus matices de barbarie, de marginación, de fronteridad... o sea nosotros, los del fin del mundo. Próspero, el conquistador, será el hombre europeo, el criollo, el gobernante, el extranjero, o sea, la encarnación del poder que quiere inmovilizar a Calibán para que no descubra ni quién es ni qué quiere. Prósperos serían, entonces, aquellos que no son NYC (nacidos y criados), los que vieron y siguen viendo a la Patagonia como una franja del planeta que puede ofrecer únicamente riquezas. Partimos de un concepto eminentemente extractivo, aunque alertados por una situación que se entremezcla con el ocaso de esa misma capacidad extractiva. Ayer fue el petróleo, hoy es la pesca, todo apunta, sin embargo, al afianzamiento desde una posición externa de la idea de desertificación. Mientras, también los nyc funcionan como Arieles, deslumbrados a veces por las situaciones discursivas que apuntan al convencimiento de que son la reserva del mundo. Palabra equívoca, si la hay, porque estar en la reserva implica, indudablemente, pensar en un estar en la subalternidad.
Más bien hay que pensar que a partir de esa premisa de sabernos nyc, incluso así no tenemos demasiado en claro a dónde pertenecemos: si a la región de ensueño que ha hecho decir a distintos viajeros que tenemos uno de los cielos más maravillosos del mundo; si a la región huraña, con vientos que a veces superan los 120 km por hora; si al desierto, que es el que mejor despierta la imaginación del hombre porque no lo ahoga; si a la región de la soledad, con la falta de comunicación, las enormes distancias, la posibilidad del diálogo íntimo, los grandes relatos junto al fuego o el hecho de estar conectados a redes satelitales en el mismo sitio donde existe una caverna prehistórica. Ahí empieza realmente la teoría de Calibán, y ni Shakespeare, tan lejano, se hubiera imaginado incluido en un análisis sobre Aysén al escribir las monstruosas páginas de La Tempestad.
Clemente Andrade, genial artesano de Los Torreones.
Concluiré estas disquisiciones con un hombre ejemplar, digno representante de nuestras rarezas ayseninas. Clemente Andrade fue considerado por muchos como uno de los paisanos más famosos y queridos del sector El Balseo. Cuando acudían de todas partes de la península, o Los Torreones, o Pangal a las fiestas y ramadas dieciocheras, para integrarse a las ceremonias festivas camperas, la figura de Andrade se apoderaba de todo. De sus manos diestras emergían los sones de sus instrumentos musicales, generosos como vinos lanzados al polvo seco de los caminos. Eran manos diestras. Un prodigio de vida y creación capaz de fabricar él mismo, con diligencia y talento asombrosos, decenas de guitarras rústicas de mañío, a las cuales les agregaba cordajes hechos de tripa de ovejas o intestinos de vaca. Su talento fue ganando fama, convirtiéndolo poco menos que en un ser de otro mundo.
Era incluso capaz de aceptar encargos para arreglar violines. Especialmente de algunos profesores que habían llegado a trabajar a los primeros tiempos de los liceos y nuevos colegios acompañados de sus instrumentos. Los violines colgaban de los rústicos muros de su tallercito o respiraban tenuemente en sus cajas antiguas, como evocando sesiones olvidadas de las veladas de la tarde que se erguían en lontananza. En medio del silencio de los bosques se oían a cualquier hora las quejumbrosas notas tocadas por el arco desgastado. Le pedían hasta arpas algunos colonos de otros sectores, cuyas sureñas estirpes campesinas no dejaron nunca de aferrarse a la tradición centrina de las mazurcas coloniales entre mistelas y abanicos andaluces. Corrían los primeros años de la década del 20 y El Balseo, escasamente poblado, sólo albergaba un campo de fútbol entre el raleo perdido, la garita de los carabineros y un movimiento febril de cuadrilleros que se abrían paso por el camino hasta Puerto Dunn. Había visibles unas cuatro casas de pobladores y algo semejante a una escuela en la lejanía que se mezclaba con la tímida estatura de un campo de fútbol para que jueguen pobladores contra carabineros, y aquella histórica garita del puente por donde pasábamos cuando pequeños.
Quienes hayan conocido a este portento de poblador, seguramente recordarán que detrás de sus chispeantes ojos y su pequeña estatura habitaban versos brillantes y oportunos y payas llenas de ingenio campero, con gallardía y donaire. Como artesano fue capaz de construir embarcaciones, con terminaciones de lujo, utilizando maderas de ciprés y preocupándose siempre de que la quilla vaya a ser de tepa. Sus botes de madera eran solicitados por los chilotes de las islas cercanas a Puerto Aysén. Era conocido y requerido, y pronto se supo de él y sus prodigios.
Andrade llegó desde Chiloé con su mujer, Felipa Panichini, con la cual compartió la vida en su predio frutal del kilómetro 20, en tiempos en que aún las balsas cumplían claros objetivos de transporte a través del río Mañihuales, una década antes que comenzaran los intentos de construcción de los puentes. En aquel vergel comenzaron a preocuparse de sus guindos y cerezas, de sus perales y frambuesas. La chacarería iba creciendo anhelante y los productos se vendían con facilidad. Además, era un paisano que sabía todo sobre aperos y sogajes, yugos de excelente calidad, estribos, carros de madera para el transporte y casas de dos aguas que construía con el sistema de palo amordazado. Siempre se le vio en todo, abarcando con su lucidez y su energía muchas actividades relacionadas con la riqueza campera en la patagonia chilena. Falleció poco antes de cumplir 93, cuando despuntaban los años 60.
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OSCAR ALEUY, autor de cientos de crónicas, historias, cuentos, novelas y memoriales de las vecindades de la región
de Aysén. Escribe, fabrica y edita sus propios libros en una difícil tarea de autogestión.
Ha escrito 4 novelas, una colección de 17 cuentos patagones, otra colección de 6 tomos de biografías y sucedidos y de 4 tomos de crónicas de la nostalgia de niñez y juventud. A ello se suman dos libros de historia oficial sobre la Patagonia y Cisnes. En preparación un conjunto de 15 revistas de 84 páginas puestas en edición de libro y esta sección de La Última Esquina.
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